martes, 9 de marzo de 2010

Que me desesperas


Por decimoquinta vez desde que vivo en esta casa, se jodió la conexión a internet. Lo que es un poco agobiante teniendo en cuenta que no tengo tv y mis amigos están cansados como para salir a caminar. La buena noticia es que es una excusa perfecta para sentarme a pensar en lo que hice los últimos días para compartirlo con ustedes.

Auckland no es realmente una ciudad, a mi entender, sino una aglomeración de pequeños pueblitos que funcionan uno atado al otro, con sus mini centros comerciales, sus negocios pequeños y una especie de micro ciudad justo al lado del mar donde se concentran los pocos edificios de las grandes compañías y es el hogar de la comunidad asiática, entre algún que otro kiwi rebelde que ha decidido decirle NO a la tradición de la casa para mudarse a un departamento citadino. Entre todos esos pueblitos, encastrado debajo de un par de asiáticos, al lado de una francesa, dos colombianas, una chilena y los protagonistas de “Desde Rusia con amor” vivo yo, el chaqueño no palavecino. Quién tiene que soportar algún que otro malentendido transcultural en su convivencia pacífica con los antes mencionados personajes.

El domingo pasado, Malcolm, el dueño de mi departamento, hizo una invitación extensiva a todos sus inquilinos para pasar un día navegando en su velero. Me pareció una genial idea para finalmente hacer algo con el fantasmal color que guardo debajo de la remera, por lo que accedí de inmediato. Pero, resulta que no contaba con la maldad de mi hígado, que por mucho que se quiso hacer el anglosajón ingiriendo cantidades de vodka que un local usaría para cenar, me recordó que no soy un bebedor nato y mucho menos de bebidas con 7% de graduación alcohólica. Después de pasar 45 minutos abrazado al inodoro de mi casa, es una lección que no olvidaré fácilmente. Así terminó la noche del viernes. Imagen patética si las hay a la 1:30 de la mañana. Sí, el horario en el que en Buenos Aires estaría comenzando la previa, yo estaba maldiciendo el Ruso hijo de puta que inventó el vodka y al yanqui mal parido que me vendió cuatro botellas de smirnoff ice a doce dólares. Es una característica mía buscar la culpa en los demás.

El sábado, luego de la cena con Martín y Andre (buscar posts viejos para entender de quiénes hablo), los chicos me invitaron a “tomar algo” por ahí. Después de la experiencia de la noche anterior, me limité a pedir jugo de arándano sin hielo unas dos veces e irme a la cama a eso de la medianoche, pensando que el buen sueño me dejaría fesquísimo para la navegación programada. Sucedió que la cena me cayó también pesada y fue la excusa perfecta para no navegar, dormir mucho, darme cariño, etc, etc. No obstante, la historia no termina ahí. Dicen los sabios proverbios que no hay mal que por bien no venga ¿Cierto? Nada más certero. Al otro día me enteré que el motor del velero se rompió estando en alta mal y tuvieron que valerse solamente de las velas para pode regresar a tierra firme, después de 3 horas de meta tire y empuje de las sogas que se utilizan para captar la dirección del viento y de la sensación de que deberían pasar la noche en altamar. Cosa que yo, a unas pocas semanas de haber comenzado mi trabajo, no me puedo permitir.

En el trabajo, las cosas van mejorando. Cada día lo odio un poquito menos. Casi casi que sólo me molesta. Pero no debería quejarme debido a la naturaleza del mismo y las posibilidades que me dará. De hecho, hoy me ofrecieron quedarme permanentemente trabajando para el banco. Lo ofrecieron para todos los miembros de mi equipo pero, contrario a los consejos de Martín, dije que no. Muchos pensarán que estoy del tomate por rechazar una propuesta laboral permanente del segundo banco más grande del país. Posiblemente estoy un poco loco ¿acaso importa? El principal motivo por el que dije que no es que no me gusta lo que hago con las Prescribed Investor Rates. El trabajo que me ofrecieron tiene que ver con tarjetas de crédito, no tiene francos fijos los fines de semana, etc. Yo pensaba para mis adentros mientras leía la propuesta, cómo me sentiría un domingo a las dos de la tarde tratando de hacerle entender a un kiwi de Hastings que no se puede subir el límite de sus compras o pedirle perdón a una jubilada de Wellington porque le cobraron mal una promoción de Visa. El NO, GRACIAS vino solito después del razonamiento.

Hoy salí de trabajar a las 17:35, tenía un mensaje en el celular de otra agencia de empleos con la que ya me entrevisté que me preguntaba cuándo terminaba mi contrato con Westpac porque me querían por unos meses en Vodafone, una empresa de celulares muy popular por estos lares. En ese momento supe que tomé la decisión correcta. Además, a eso de las 8 de la noche, le mandé un mensaje a uno de mis contactos en el Hyatt para que le recuerde a Catherine, la manager de RRHH del hotel, con quien tuve una fructífera entrevista telefónica, que pronto termina mi contrato con el banco y estaré disponible para servirle.

Hubo varias otras cosas en estos días pero estoy en el límite de las palabras que me permito por post, para que la lectura no se haga pesada.

Las fotos, vaya uno a saber qué subiré cuando vuelva internet.

Kia Ora,

Lic Alejijou.

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