domingo, 22 de agosto de 2010

Queenstown, baby!


La noche anterior al vuelo yo había dormido como el traste. Estaba terriblemente ansioso, necesitaba lavar algo de ropa pero encontrar algo de tiempo para no estar insufriblemente cansado al llegar, la ansiedad habitual por la posibilidad de perder el vuelo, el ronquido del canadiense cuyo nombre estoy seguro es La-Concha-De-Tu-Madre. Su aroma agrio de Calvin Klein no-me-baño-seguido. Todo valió la pena. Queenstown es simplemente maravillosa, preciosa con las altas montañas nevadas que sentís te tocan la nariz. Cada vez que estoy en un lugar así, lo recuerdo de un viaje a la Patagonia que hice de pendejo con mi mamá, tengo la sensación de estar en una postal, como si el paisaje no fuera más que una ilusión. Uno mira, tratando de que la imagen quede grabada en tu cabeza, cierra los ojos, los vuelve a abrir pero todo sigue ahí, genial, irreal.

El primer día tuvimos una pequeña crisis, entre el cansancio y mi desgano ,Toia no se sintió demasiado cómoda pero lo charlamos y ahora estamos bien. Ya subimos en góndola a uno de los cerros que tienen una vista espectacular y Toia se tiró en parapente desde allí. El instructor era venezolano, así que ni siquiera tuvo la posibilidad de practicar el inglés con el buen señor. La misma tarde del parapente, después de habernos sacado 200 fotos con las mismas montañas de fondo porque las nubes iban moviéndose, mostrándonos más cerros nevados en las mismas latitudes, nos fuimos al information centre a planificar el viaje a Te Anau y Milford Sound. La pendevieja que nos atendió era un personaje. Con las uñas pintadas de rojo pasión y una sonrisa contagiosa nos ayudó con los bookings, el alojamiento, el bus e incluso nos dio unos buenos descuentos por los que nos ahorramos casi la misma cantidad de plata que a toia le salió tirarse desde el cerro.

Camino a Te Anau encontramos los paisajes paradisíacos por lo que es famoso el sur neozelandés, o eso pensábamos. El tiempo nos sonrió con un sol espectacular que es extremadamente raro en Fiordland, pues sólo Milford Sound recibe 6 metros de lluvia por año (es mucho mucho). Una vez dentro de Fiordland National Park, entendimos que el camino a Te Anau es una cagada comparado con lo que hay ahí dentro. Arroyos color esmeralda, lagos espejados que reflejan a la perfección las montañas nevadas del fondo, selva neozelandesa con las clásicas silver ferns adornando los suelos, un sueño, realmente, espectacular. Glaciares en las cimas de las montañas, ovejas pastando en las granjas que bordean el parque nacional. Milford Sound, realmente sin palabras. Estos son los únicos fiordos de este tipo en el hemisferio sur, aunque tampoco son muy comunes en el hemisferio norte. De hecho, son comparables sólo con los fiordos noruegos, tanto estos como aquellos son patrimonio de la humanidad.

En el fiordo, que sólo se puede describir como espectacular nos saludaron delfines, focas, salimos al mar de Tasmania por unos metros y nos contó el capitán del barco que si siguiéramos unos (cuantos) kilómetros derechito hubiésemos llegado a Howard, en la isla de Tasmania, Australia. Algo realmente mundano pero que a mí me hizo muy feliz fue el buffet dentro del barco. Hace 9 meses que no como tanto como ese mediodía. Toia me miraba y se reía por la cara de desesperación con la que me llevaba los cubiertos a la boca, repetí das veces, comí fideos con vegetales, curry japonés, pescado, cordero, una especie de vacío que no sé cómo se llama. Imagínense la cantidad de comida que habremos devorado que esa misma noche no nos entraba una miga de pan. Nos fuimos a dormir sin comer nada. Pero al otro día, el Buffet siguió alimentándonos con unas frutas que habíamos cuidadosamente guardado en nuestras mochilas.

La noche que pasamos en Te Anau fue para poder ir a una excursión dentro de unas cuevas en las que hay unos gusanitos que brillan en la oscuridad. Pueden googlearlo si quieren, los gusanos se llaman Glowworms. Para mí, medio pelo pero a Toia le gustó mucho. La sensación de estar en una cueva, de noche y saber que esas lucecitas arriba de tu cabeza no son luces de navidad sino asquerosos gusanos que están intentando alimentarse puede ser interesante, supongo pero para mí, demasiado caro el jueguito. Para colmo no te dejaban tomar fotos y te querían vender la foto que te sacaban a la entrada en 35 dólares. MUAJAJAJA. No way Josey! Además de tener un sobreprecio de 25 dólares, habíamos salido pal tuje.

Ahora estamos en el hostel, y un yanqui?, que ha tomado mucho mucho vino. No se le entiende lo que habla. Tarda bastante en armar una oración.

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